Este miércoles a las 8pm he sido invitado a participar de un seminario de extensión organizado por la Escuela de Psicoterapia Clínica y Aplicada (EPCA) sobre “Internet y realidad virtual: nuevos modos de comunicación, nuevas formas de vivir”. Esta semana es la primera sesión, en la que participaremos Luis Herrera dando una mirada psicoanalítica a la realidad virtual, y yo. El próximo miércoles y el subsiguiente participarán también Roberto Bustamante, Ilse Rehder, Gonzalo Torres, Carmen Graham y Talía Chlimper.
Lo que quiero presentar este miércoles gira en torno a la relación que estamos aprendiendo a establecer con ese-otro-yo que se construye en la pantalla, ese yo que es otro pero que soy yo al mismo tiempo. Quiero además jugar con la idea de que las identidades que estamos aprendiendo a construir en realidades simuladas no son menos reales, sino que aportan algo fundamental a la construcción de nuestra identidad en tanto nos brindan espacios de experimentación donde podemos ensayar diferentes configuraciones que no necesariamente podríamos en el “mundo real”. Las identidades que construimos en los espacios virtuales de esta manera operan como una suerte de “laboratorios de la consciencia”.
Esto espero que podamos verlo principalmente en dos escenarios: en primer lugar, en la relación que construimos con los personajes que controlamos y a través de los cuales nos extendemos en los videojuegos, sobre todo en aquellos casos donde dedicamos tiempo a la construcción continua de un personaje en todas sus dimensiones. Esto se vuelve más complejo en videojuegos donde existe un orden moral codificado en las interacciones del juego (nuestros actos están programados para influir positiva o negativamente en actos posteriores del juego), o donde hay un orden moral importado del “mundo real” en la medida en que los demás personajes con los que interactuamos son también controlados por personas de carne y hueso.
El hecho de controlar un personaje cuyas acciones no necesariamente se reflejan sobre nosotros en el espacio físico nos brinda una suerte de extraña libertad para actuar. Es decir, mágicamente adquirimos una suerte de licencia para la transgresión en la medida en que no nos vemos necesariamente obligados a preocuparnos por las consecuencias de nuestros actos, o a hacerlo sólo dentro de los límites del juego. En otras palabras, puedo jugar a ser malo, y ver qué pasa. Mucho de lo que se ha dicho sobre esta posibilidad ha estado relacionado en torno a la discusión sobre la violencia en los videojuegos, y cómo este aprendizaje de la transgresión puede incentivar o no a las personas a hacer lo mismo en el espacio físico – pero de hecho, creo que justamente esta experimentación virtual que podemos hacer tiene valor justamente porque es virtual, porque nos da un espacio en el cual “saludablemente” proyectar y llevar a cabo todas aquellas cosas que sabemos que no podemos hacer en el mundo físico.
El segundo escenario en el cual quiero explorar esta idea es el de las redes sociales en la web. En las cuales, de alguna manera, también nos extendemos y proyectamos en la forma de perfiles que se van desenvolviendo a través del tiempo: quién soy yo deja de ser un conjunto de descripciones definidas para convertirse en un discurso continuo y constante sobre qué hago, con quién me comunico, qué me interesa, dónde estoy, etc. Creo que la lección interesante aquí es que la identidad, o las identidades, que construimos en espacios virtuales dejan de ser productos estáticos y determinados para convertirse en procesos dinámicos que evidencian, además, la manera como se superponen diferente versiones de quien yo soy: no sólo un yo-efectivo, sino también un yo-desiderativo, y además múltiples versiones del yo que vienen de los demás. Fotos en las cuales aparezco, mensajes que me envían, y demás elementos que, en conjunto, forman una visión abstracta de quien soy -una función de onda, si quieren ponerse cuánticos- que colapsa según los intereses del observador.
Con toda esta exploración, espero que finalmente podamos llegar a formularnos algunas preguntas sobre lo que me gusta llamar tecnoexistencialismo: una vez que dejamos detrás las ingenuidades respecto a cómo pensamos la tecnología, y empezamos a pensar desde ella, entendiendo lo que nos ofrece tanto como amputaciones y como extensiones, ¿qué lecciones podemos extraer? Si de hecho nuestras identidades se desarrollan en estas versiones de laboratorio, ¿cómo esos resultados repercuten o influyen en nuestra vida cotidiana en el espacio físico, y viceversa? ¿Qué es necesario y cómo canalizamos estas experiencias en aprendizajes que nos hagan encontrar un lugar de mayor comodidad con la tecnología? En otras palabras – cuando se hace tan fácil que desarrollemos personalidades múltiples, ¿cómo hacemos para no volvernos locos en el intento?
En fin, éstas son algunas de las ideas que espero desarrollar en la presentación de este miércoles. Pueden encontrar el programa completo, así como información sobre cómo inscribirse, aquí.